Los argentinos dirimen su futuro entre la motosierra, el desencanto político y la corrupción. El futuro de una sociedad que tambalea entre el voto miedo y el voto bronca.
La idea de una segunda vuelta estaba casi instalada entre las principales consultoras y la opinión pública, aunque la sorpresa libertaria de las elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) y el potencial crecimiento de Javier Milei rumbo a las generales, agitaban el sueño de La Libertad Avanza (LLA) de alcanzar una victoria en primera vuelta.
Pero está claro que las encuestas no son dueñas de la verdad absoluta y que hasta el último segundo es impredecible conocer a un electorado agobiado por la inflación y la situación económica, decepcionado de la política y los políticos, con algunos segmentos apáticos y coléricos y otros temerosos y conservadores.
La pregunta es qué pasó entre aquel 13 de agosto de las elecciones PASO que dejó a Javier Milei posicionado en el centro de la escena y, en su decir, listo para gobernar un país con el 40% de pobreza (según datos oficiales), y el 22 de octubre de las elecciones generales en las que Sergio Massa, de Unión por la Patria, lo sobrepasó por más de 6 puntos.
La búsqueda de respuesta, nos obliga a ensayar varias ideas. La primera, pareciera estratégica, perfectamente pensada. Alguien –tal vez la mesa chica de Massa ocupada por los asesores brasileros de Lula Da Silva, a la que quizás se sumaron implícitamente pensadores de otros competidores en el afán de “salvar a la Patria”– decidió diseñar una campaña que activó el voto miedo y en la que se trazaron punto por punto algunos pasos tácticos. Se podría decir que consensuado o no, tanto los discursos de los principales protagonistas, como los de la militancia, confluyeron en una sola idea: los riesgos que traería una presidencia de Javier Milei.
Primero hubo que instalar el miedo post PASO, y el discurso de campaña giró notablemente hacia ahí. La militancia en redes, la militancia institucional –con investigadores del Conicet encendiendo alarmas contra lo que sería un ataque a la ciencia o médicos en hospitales bonaerenses mostrando el costo de hacerse estudios sin un sistema de salud público, por ejemplo– o referentes individuales que, por lo general, no instaban a votar a Massa sino a no votar a Milei.
Luego, la ingeniería discursiva del kirchnerismo que puso a disposición del electorado argentino comparaciones e imágenes mentales que podrían haber hecho grandes contribuciones al miedo:
“Está en juego si su hijo va a la universidad gratis o tienen que pagar”
“Quiero que me ayuden a plantearle a cada compañero que hoy trabaja, que lo que está en discusión es si se mantiene el derecho a la indemnización, a las vacaciones pagas o si retrocedemos 60 años hasta la esclavitud en Argentina”
“Estamos discutiendo si las vacunas de nuestros hijos son gratuitas o si tiene que pagar 1 millón 100 mil pesos al año para tenerlas”.
Pero también hubo que activar militancia, para poner en movimiento la estructura territorial del peronismo kirchnerista. Fue cuando el actual Ministro de Economía y candidato a la presidencia, pidió hablar con la gente para hacerles ver que cuando se plantea la libre venta de armas –una de las propuestas libertarias– “están mandando a nuestros hijos al colegio armados” y lo que en verdad queremos los argentinos es “a nuestros pibes con una notebook en la mochila y no con un arma”. Aquí el recurso discursivo y el movimiento en campo maridaron perfecto, provocando alertas a partir del miedo.
Al votante argentino medio, podría haberle resultado emocionalmente difícil vivir con tantas “realidades” develadas y puso la balanza a favor de quienes gobiernan hace décadas y a pesar de hacerlo no logran superar un pasado y presente corrupto (a días del escándalo conocido como “Yategate”), en el que priman la volatilidad del dólar, la inflación, la pobreza, entre otras variables que comprometen peligrosamente el futuro del país.
El miedo, por natural vulnerabilidad de la condición humana, es en esencia un activo infalible al que la política mundial recurre permanentemente y al que los argentinos no hemos sido indiferentes. Es una herramienta emocional efectiva que puede usarse ante situaciones consideradas peligrosas, por ejemplo, para un sistema democrático, para los consensos sociales alcanzados, para sectores sociales y/o institucionales que podrían verse perjudicados.
El miedo es funcional y sirve a la política. Cuando el orden se altera por crisis económicas y/o sociales, el destino se vuelve impredecible y lo desconocido nunca es garantía. Entonces aparece el miedo, primero como sensación primitiva individual pero luego como consecuencia del impulso humano a refugiarse en los otros y actuar en comunidad, mancomunados. Casi como mecanismo colectivo de supervivencia y defensa, los argentinos cancelan el riesgo para volver al delicado equilibrio del status quo aún cuando éste pende de débiles hilos.
La pregunta es cómo se gestiona el miedo, quiénes lo activan, quiénes definen a qué y/o a quiénes tener miedo. Y eso implica un conocimiento fino de los temores y pesares de la sociedad así como un manejo estratégico de las posibles respuestas a ese miedo, tanto de la comunidad como de los adversarios. Porque en todo hay respuestas, solo que en este caso se trató del evidente apoyo del pueblo y de la reacción tardía de Patricia Bullrich al ponerlo en evidencia.
El uso político del miedo podría haber sido una clave central. Miedo a que quiten subsidios –por ejemplo, cuando se difundió el precio del boleto de trenes con Massa presidente y el precio con Milei, lo que equivalía a tenerlo con o sin subsidio del Estado nacional; miedo a la portación de armas y su combinación con la venta de órganos, señalando una posible vulnerabilidad humana ante la violencia y el tráfico; miedo a rivalizar con creencias religiosas mayoritarias como la católica, en una sociedad precisamente conservadora y católica.
Pero también miedo a involucrarnos en una guerra internacional con el abierto apoyo libertario solo a Israel y no al pueblo de Palestina. Miedo a perder el trabajo por el uso de la “motosierra” para achicar el Estado, cuando gran porcentaje de la población argentina trabaja en dependencias gubernamentales, lo que convierte el voto miedo en voto instrumental o útil y de emocional pasa a ser racional.
El miedo en política puede usarse para lograr el poder o para mantenerlo y no es casual, ni abstracto. Tiene consecuencias palpables en el comportamiento de la ciudadanía. De esta forma, Massa se quedó con un imprevisto 36,6%, Milei no creció como esperaban algunos estudiosos que insistían en que no había ningún indicador de que vaya a estancarse o decrecer y se quedó con el 30%. Y, finalmente, Patricia Bullrich se reposó sobre el 23,8% al que Milei ya le hizo un guiño en el cierre de la jornada electoral, tras conocerse los resultados.
El miedo como estrategia, quizás activó el voto de un porcentaje de indecisos o de los que no habían votado en las PASO. También pudo haber cambiado el curso de los que ya tenían una opción, poniendo en tensión su voto bronca con las consecuencias sociales, económicas, históricas y morales de una decisión impulsiva, irascible y con poca previsión de futuro.
Pero hubo otro punto, no menor. El beneficio que tienen los que cuentan con el aparato del Estado al momento de una elección. Rápidamente el abogado y Ministro de Economía Massa reactivó una serie de medidas económicas paliativas que aminoraron algunas necesidades pero que son respuestas cortoplacistas, que no resuelven de fondo el estado de la economía nacional argentina.
Los aportes de Milei y Bullrich a la victoria provisoria de Massa
Pero no todo fue mérito de Sergio Massa, sus contrincantes también aportaron lo suyo al escenario que finalmente condujo al ballotage del próximo 19 de noviembre.
El candidato de La Libertad Avanza (LLa) con su perfil místico e histrionismo, no terminó de solidificar la mayoría de sus propuestas que, en muchos casos, resultaron buenas consignas para lograr engagement en redes sociales, especialmente TikTok, más que ideas aplicables y conducentes a mejorar la situación del país. Otro dato que merece una nota aparte: que funcione por y para redes sociales, no quiere decir que funcione para sacar adelante un país. O que funcione para un segmento, no quiere decir que funcione para todos.
Lo divertido y disruptivo de su imagen y oratoria pudo haber sido un gran imán para los agobiados por el cartón, el estatismo y lo aburrido de la política de los clásicos partidos, sometidos a la lógica de los años o a la lógica del letargo. Pero a la hora del miedo, psicológicamente se vuelve a lo familiar y conocido, sea bueno o sea malo.
Tampoco fue menor la construcción que Javier Milei hizo del enemigo, la “casta política” de la que finalmente es parte y en la que también tiene aliados corruptos, abiertamente asumido en el cruce con Patricia Bulrrich que tuvo lugar en el primer debate, cuando ambos se objetaron tener “chorros” (delincuentes) en sus listas.
Y con consecuencias aún mayores, los vaivenes discursivos de los que solo me detendré en algunos: primero, voy a dolarizar y después no voy a dolarizar de un día para el otro. Segundo, los derechos humanos son una aberración, después no vine a quitar derechos. Tercero, todos contra la casta y después se asoció a referentes de esa casta.
Luego, apoyo a la portación de armas, venta de órganos y a la mafia, ejes que tardíamente intentó excusar o explicar. O falta de apoyo para políticas clave en la historia Argentina como la salud y educación pública. Sin olvidar su indiferencia con los asuntos de género y el rechazo evidente a los reclamos de Memoria, Verdad y Justicia sobre los actos del terrorismo de Estado. Sin contar el menosprecio por la prensa.
Mientras tanto una Patricia Bullrich cansada y desenfocada (aunque los PRO de Juntos por el Cambio lo negarán). No hemos visto una candidata segura, que inspire y/o enamore al electorado, tampoco emocionó del todo a los propios (fundamentalmente a los que vienen de la Unión Cívica Radical). Su discurso cargado de negatividad contra su archi rival, el kirchnerismo, generó agobio y aburrimiento, trasladando el interés mediático a la danza por sortear su mala relación con Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta.
En ese escenario, claro, Sergio Massa emerge como el sujeto meridiano, emocionalmente más equilibrado –aspecto meticulosamente trabajado–, sin agresiones, un tono de voz calmo, un rostro sin muchas exaltaciones y envuelto en un halo de liderazgo salvador que supieron construir exitosamente.
Finalmente, es él quien demuestra valentía para conducir un país sin líderes –en el que el presidente casi no aparece y la vicepresidenta se despega explícitamente de la gestión de Alberto Fernández– y hace gala de una destreza táctica meritoria para negociar con la izquierda, el peronismo no kirchnerista y el kirchnerismo, eligiendo cuándo ser parte de este y cuándo no.
La figura de Sergio Massa es la del armador, la del único político capaz de alcanzar los consensos que ya comenzó a construir desde su primer discurso posterior a la victoria del 22 de octubre y con la mirada puesta en el ballotage.
El voto miedo frenó el voto bronca movilizado por Milei y el discurso massista más propositivo y positivo dio sus frutos, llamando a pelear por la Patria en un gobierno de “unidad” en el que habrá espacio para “todos”. Una suerte de conciliación de todo el arco político, otrora “la casta política”.
Una nota que expone claramente el sentir, pensar y actuar de la ciudadanía y los integrantes del arco político en un escenario electoral convulsionado e incoherente en el que cobra mayor vigencia la alegoria de Discépolo “vivimos revolcaos en un merengue de maldad insolente”
Conozco profundamente los orígenes de la Investigadora Dra. en Ciencias de la Comunicación y Gobierno, Gabriela R. Pérez Carretta. Su defendida Tesis calificada con 10 y felicitada, para alcanzar tal distinción, mereció el paralelo de un ” Oscar” en la materia tal lo detallo a continuación: ” Organizados por The Washington Academy Of Political Arts & Sciences (WAPAS), estos premios reúnen a líderes, consultores y profesionales del panorama político global para reconocer y honrar lo mejor de la industria.
👉 Conocidos como los Oscar de la Política, celebran la excelencia, la creatividad y los logros sobresalientes en la comunicación política. Sin dudas semejante carta de presentación distribuye orgullo para Argentina toda, pasando por su norteña amada provincia de origen, Jujuy, y sus queridos claustros universitarios en la provincia que la cobijó, Córdoba. Fue Washington el escenario de lujo donde se entregaron estas distinciones y, en conjunto, cimentan el virtualismo con que escribe, y el profesionalismo que refleja en sus letras. Mis felicitaciones por tan calificada incorporación al plantel de opinólogos e informantes. Saludo cordial.
Gabriela Pérez Carretta realiza un enfoque inteligente de esta Argentina “revuelta”; ensalza su formación más allá de la información.