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Decálogo de la generación de papel

Cortesía Flickr.

Un estudio de este año de la Universidad de Northwestern (Chicago), ha concluido que desde hace algunos años la inteligencia humana ha detenido su crecimiento y –más alarmante todavía– ha disminuido. No sé si el estudio pueda ser tan irrebatible, especialmente porque me parece que una generalización al respecto es delicada. No dejo de pensar en que hay regiones en las que el crecimiento cognitivo posible tiene un margen de mejora considerable, mientras que, en otras, tal vez, ha alcanzado ciertos límites determinados por elementos como la educación, la nutrición, los servicios en general y el acceso a la información. Yo me lo tomaría con reserva, pero sin perder de vista que el acceso cada vez más fácil a los medios de información nos ha permitido disponer de datos como nunca antes, y ello ha devenido en otro fenómeno curioso: nuestra torpeza para administrar tanta información y nuestra cada vez más grande incapacidad de concentración frente a tantos estímulos.

No es una novedad que hemos perdido cierta capacidad de concentrarnos, no por razones biológicas, sino porque la tecnología actual nos ha sometido a una cantidad infinita de estímulos, al mismo tiempo que nos ha facilitado una vastedad de tareas para las cuales antes teníamos que emplear energía mental; la calculadora fue un inicio arcaico y risible, porque los últimos meses se han liberado miles de aplicaciones de inteligencia artificial (AI) que nos han quitado la “carga” de pensar en las cosas más triviales. ¿El resultado? Un ejército de personas dispuesta a economizar casi cualquier actividad mental.

En la semana en la que escribo estas líneas, Elon Musk ha tomado otra polémica decisión –como tantas desde que compró Twitter– al decidir que los contenidos de su red social no serán ilimitados. Asombra, porque las redes sociales sostienen su economía de eso: del contenido que generan sus usuarios y de que esos contenidos sean consumidos por otros. Pero, desde mi punto de vista, es más asombrosa la cantidad de información que la gente consume tan sólo en esa red social: luego de algunos cambios, Musk ha puesto un límite de mil tuits diarios a leer por cada cuenta ya establecida. ¡Y a los usuarios se les vino el mundo encima! Vamos, que a las generaciones más jóvenes les parece poco invertir su tiempo y su atención en mil tuits al día, solamente en esa red social.

Para quienes trabajamos con redes sociales, esto significa un nuevo reto. Estamos frente a espectadores que mutan rápidamente y cuyo nivel de atención es inversamente proporcional al nivel de pasividad; hoy existen pocas cosas que llamen sostenidamente su atención, sin que se distraigan con la misma facilidad que un niño frente a una alberca de pelotas.

Las redes sociales, pues, son un terreno fangoso: mientras los usuarios buscan una distracción y cierta dosis de información rápida, los estrategas (políticos, de marketing, etc.) nos enfrentamos a una situación cada vez más difícil cuando de dar a conocer temas políticos se trata.

Las redes suelen ser el escape mental y emocional de muchas personas (y, ¿por qué no decirlo? También un paraíso de procrastinación), por eso es que las campañas políticas tienen un hándicap cada vez más complejo para comunicar efectivamente.

La generación de las redes sociales –a la que yo llamo “generación de papel”, por su proclividad a darle la vuelta de página a cualquier tema– tienen su estilo para informarse en redes sociales, muy lejano de aquel que algunos todavía tenemos en mente, cuando los periódicos impresos ocupaban su propio asiento en el transporte público. Si se me permite, la generación actual ha moldeado una manera de informarse con matices más o menos claros y más o menos estables (hasta ahora), que pueden resumirse en el siguiente decálogo:

  1. Se informa cuando quiere hacerlo y donde quiere hacerlo, no hay un indicador cronotópico para informarse; lo hace igual desde el baño que desde un avión, lo mismo en la mañana que en la madrugada o durante la comida.
  2. Sus intereses, a diferencia de los de generaciones anteriores, son cada vez más propios: son sensibles a los temas que les afectan, pero se interesan poco o nada por temas que afectan a los otros; no como un síntoma de egoísmo, sino como indicativo de sus pobres expectativas sobre el futuro que están heredando.
  3. Eso sí, las redes sociales les han permitido exteriorizar sus puntos de vista y no han dudado en hacerlo: si la inseguridad, la economía, los servicios o las condiciones de vida les incomodan, lo expresarán en redes sociales. Incluso si no disponen de la información suficiente para entender un tema, porque –como escribí en el anterior punto– se trata de sus intereses.
  4. Las redes sociales son una ventana catártica para demostrar su descontento. Mientras las generaciones anteriores suelen usar las RRSS para demostrar sus filias (la tía de los piolines o el tío que publica memes de gatitos no son casualidad), la generación de papel no duda en evidenciar lo que siente que está mal. El gobierno puede tener cien cosas buenas, pero una sola mala, no se la dejará pasar.
  5. Si bien se interesa por una gran cantidad de temas, como ninguna generación antes, también le da vuelta a esos temas con la misma velocidad de un microondas.
  6. Le preocupa estar al día. O, mejor dicho: al momento. La generación de papel vive la ansiedad del segundo, no sólo por la posibilidad tecnológica, sino porque los formatos de las redes sociales casi se lo exigen. La generación de papel no se dan el lujo de vivir a destiempo del hashtag.
  7. Le pega más la reacción inicial que la respuesta. Sí, es cierto que esta es una trampa de las redes sociales, de los medios de información y de quienes generamos contenidos, pero también es cierto que se trata de una trampa que nace de este descubrimiento: después de la espectacular nota inicial, pocos le darán seguimiento a cualquier cambio en el rumbo de un tema. Ejemplos sobran: el inicio de la pandemia por Covid-19 fue todo un acontecimiento en RRSS, pero la declaratoria del fin de emergencia pasó casi desapercibida. Inicio del Covid-19: millones de likes. Fin del Covid-19: cero.
  8. Prevalece en esta generación la idea del sabio demagogo: saben de todo, porque en internet está casi todo y porque los algoritmos de los motores de búsqueda generan esa sensación de estar involucrados en cualquier tema, así que opinan de todo. Tienen la sensación constante de estar informados, pero sólo poseen información superficial, la suficiente como para un diálogo entretenido, pero insustancial y probablemente inexacto. Aceptémoslo: las RRSS no son campos de profundidad reflexiva, pero parte de la discusión social está ahí y eso las hace importantes.
  9. Son, fundamentalmente, una generación apática y desconfiada de los medios tradicionales de información, no sólo porque contravienen a sus “hábitos” de no tener horarios ni costumbres arcaicas (reunirse a la misma hora con la familia para ver el noticiero de las diez de la noche, por ejemplo), sino porque ahora disponen de más alternativas, muchas de las cuales ofrecen una sensación de rebeldía que, incluso, disfraza bien el hecho de que siguen siendo medios poco fiables (¡Hola, Chumel Torres!)
  10. Por último, todo esto lo hace un perfil escurridizo para los esfuerzos de comunicación, más si se trata de la política. El dark post (esa publicación extremadamente específica que hacemos en RRSS, pero tratando de no comprometer la imagen de una marca, un candidato, un producto) se ha convertido hoy en una herramienta indispensable para acercarnos a este nicho, al que a veces parece que vemos desde dentro de una jaula de tiburones.

La generación de papel es un fenómeno de lo más importante para el marketing político, se trata de un ejército de votantes próximo a ejercer sus derechos políticos y que será marcada por sus primeras decisiones. Como asesores en la comunicación, es momento de replantear si estamos ofreciendo las mejores estrategias de acercamiento con esta generación cambiante, escurridiza y valiosa en términos del peso electoral que representan y representarán durante los próximos años.

Sí, se trata de una generación que quiere saber poco o nada de política, pero que igualmente tendrá que ejercer sus derechos más temprano que tarde. Y, sobre todo: aunque existan lustros de distancia entre una generación y otra, podemos estar seguros de que hay elementos en los que es posible coincidir, como la construcción de un mundo mejor, más equitativo y con mejores oportunidades para todos. Sin duda, y más allá de las estrategias y las herramientas de comunicación, esas coincidencias serán fundamentales para conectar con ellas y ellos, porque se trata de temas en los que su atención seguirá estando presente en la vida diaria, la que está más allá de las redes sociales y que es la que verdaderamente cuenta.

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