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29 años: de un discurso, de un crimen, de una esperanza política perdida.

Luis Donaldo Colosio, ex candidato presidencial de México. Fuente: El Universal.

Dice el dicho popular en México: “La esperanza muere a lo último” o “lo último que muere es la esperanza”; sin embargo, esta historia sucedida hace 29 años en México, parece ser la excepción a la regla.

Lo recuerdo perfectamente, tenía 13 años en aquel momento, los medios de comunicación en México no eran -ni por error-, como lo son en este momento, no había internet comercial – ya que a México llegó la primera conexión, para cuestiones científicas en 1989 vía Satélite Morelos I-, los medios masivos de comunicación –tradicionales- estaban más controlados por el aparato gubernamental y la sociedad era muy diferente a la actual.

La información –aquella que llegaba a salir- fluía a un ritmo diferente, no había influencers y la gente de a pie –civiles- no tenían idea, conocimiento, equipo, ni ganas de generar información, eso lo hacían los periodistas y reporteros. La hora exacta no la recuerdo, pero ya había caído la tarde y llegaba la noche, estaba cercano a ir a la cama debido a que no me mandaba sólo y, además, la tv a cierta hora dejaba de transmitir y sólo se veían líneas de colores en las pantallas y una estática insoportable. Antes de ir a la cama y durante la programación “normal”, vino un corte abrupto, salió a cuadro sin mayor aviso el “señor de las noticias” Jacobo Zabludovsky y dijo: “Luis Donaldo Colosio ha sufrido un atentado…” palabras más o menos, enlace telefónico al lugar de los hechos y Ubaldo Díaz, reportero de Ovaciones daba los pormenores diciendo:

“El licenciado Colosio encabezaba un acto de proselitismo aquí (referencia a Lomas Taurinas, Tijuana), ante unas 3,000 personas y al término del acto cuando el bajaba del templete dos individuos… se acercaron con sendas pistolas y lograron su objetivo de dispararle al candidato…”, acto seguido mi padre decía a mi madre: “… ¿qué te dije?, te lo dije que lo iban a matar si seguía con esos discursos como el de hace unas semanas…”. Yo, no entendía nada, habían matado a alguien y mi papá ¿ya sabía?, ¿por qué y quién mataba a alguien?, ¿qué había dicho antes que lo habían matado según mi papá por eso?

Pregunté qué pasaba y al estilo de la “vieja escuela” mi papá dijo: “… cállate que no me dejas escuchar”, un silencio sepulcral se hizo como cada vez que mi papá daba una instrucción. Minutos después –seguro fueron par de horas- me explicó desde su óptica lo que había pasado y el análisis que había hecho días antes -6 de marzo y posteriores- con la línea discursiva que manejaba el candidato presidencial sonorense, que se desempeñó como diputado, senador, presidente del partido –PRI- y titular de la Secretaría de Desarrollo Social. Seguramente no entendí todo en ese momento, pero quedó grabado en mí como los más de 17 tatuajes que hay en mi cuerpo el: “… te lo dije que lo iban a matar si seguía con esos discursos…”, hoy me queda claro que la experiencia de vida mi padre le permitía ver lo que un chico de 13 no.

Desde joven inquieto, mi padre fue líder juvenil de un partido político en su ciudad natal y participante de concursos de oratoria en diferentes niveles, siguió en la política partidista y luego la sindical –hasta ser fundador de un importante sindicato en mi estado-, hasta que dijo: “no más…” y dejó eso, se dedicó al ejercicio de su profesión como investigador en temas relacionados con microbiología, pero nunca perdió ese olfato para la “grilla”, el cual, en cada sobremesa diaria y en cada charla viendo la Tv, me iba dejando en el subconsciente. Recuerdo, cuando me explicaba lo sucedido que decía: “existen reglas no escritas hijo, sobre todo en la política y este hombre talvez se movió antes de tiempo…”, “no se patea el pesebre nunca y… al jefe no se le rebasa ni en terracería”, frases como estas que más allá de decirlas me las explicaba al puro estilo Hernández –con muchas leperadas y directo, sin andar con rodeos-.

Pasaron los años y esas charlas no se fueron de mi mente, decidí hacer un análisis de ese discurso que mi papá señalaba como causante principal –junto a otros de ese mes-, del cruel y vil atentando en contra de un ser humano. No importa si este era político, vendedor de seguros, sacerdote, docente, peluquero o hasta consultor, se cometió un asesinato que más que arrebatar una vida, colapsar una familia y desestabilizar toda una nación en diversos aspectos, arrebataba de las manos al pueblo mexicano lo “último” que se nos permite perder… “la esperanza”.

Ernesto Zedillo Ponce de León y Fernando Ortiz, junto al féretro de Luis Donaldo Colosio. Fuente: Cuartoscuro.

Analizando desde mi muy personal punto de vista “aquel” discurso, años atrás –tal vez unos 20 o más-, observaba que le hablaba a la gente, a los presentes y ausentes, a quienes realizaban trabajos de campo o urbano, a hombres y mujeres, que señalaba carencias y responsabilizaba a personas sin decir nombres. Pasaron los años, llegó un marzo y trabajaba yo para el aparato burocrático del Ejecutivo de mi estado como funcionario, asistí a un evento conmemorativo del personaje, regresé a la oficina y realicé el ejercicio nuevamente, el resultado casi fue el mismo, ahora agregaba yo un par de factores tal vez –el momento histórico y conyuntural -, pero no movían la ecuación; luego, volvió a pasar el tiempo y ya dedicado a la Comunicación Política y gubernamental, ocupaba ese discurso para dar ejemplos, para señalar diversos aspectos no sólo en oratoria, sino en comunicación, simbolismos, comunicación no verbal y comunicación política pura.

Todo el discurso me encanta, la elección del escenario y la ejecución del mismo, a mí me parece magistral por parte del oriundo de Magdalena de Kino, Sonora. Simbolismos por aquí, mensajes por allá, arengas y llamados de atención, golpeteo político y llamados a la acción en cada espacio, pero hay 3 espacios que me erizan la piel hoy en día, primero, aquel en el que dice:

“Aquí está el PRI con su fuerza… con sus organizaciones; está con su militancia, está con la sensibilidad de sus mujeres y de sus hombres. Aquí está el PRI con su recia vocación política… para alentar la participación ciudadana. Aquí está el PRI para mantener la paz y la estabilidad del país, para preservar la unidad entre los mexicanos. Aquí está el PRI en pie de lucha… Aquí está el PRI que reconoce los logros, pero también el que sabe de las insuficiencias, el que sabe de los problemas pendientes. Aquí está el PRI que reconoce que la modernización económica sólo cobra verdadero sentido, cuando se traduce en mayor bienestar para las familias mexicanas y que para que sea perdurable debe acompañarse con el fortalecimiento de nuestra democracia…”

Después, me mueva un gran cúmulo de sentimientos la parte que dice:

“Como Partido, tuvimos un nacimiento que a todos nos enorgullece: el PRI evitó que México cayese en el círculo vicioso de tantos países hermanos de Latinoamérica, que perdieron décadas entre la anarquía y la dictadura. Pero nuestra herencia debe ser fuente de exigencia, no de complacencia ni de inmovilismo. Sólo los partidos autoritarios pretenden fundar su legitimidad en su herencia. Los partidos democráticos la ganamos diariamente.

Amigas y amigos del partido:

Surgimos de una Revolución que hoy sigue ofreciendo caminos para las reivindicaciones populares. A sus principios de democracia, de libertad y de justicia es a los que nos debemos… La Revolución Mexicana, humanista y social, nos exige y nos reclama…”

Por último, hay fragmentos de ese discurso que me hacen reflexionar cada vez que los leo o escucho, como ejemplo:

“Yo veo un México de trabajadores que no encuentran los empleos ni los salarios que demandan … Yo veo un México de jóvenes que enfrentan todos los días la difícil realidad de la falta de empleo, que no siempre tienen a su alcance las oportunidades de educación y de preparación… Yo veo un México de mujeres que aún no cuentan con las oportunidades que les pertenecen; mujeres con una gran capacidad… Yo veo un México de empresarios, de la pequeña y la mediana empresa, a veces desalentados por el burocratismo, por el mar de trámites, por la discrecionalidad en las autoridades… Yo veo un México de profesionistas que no encuentran los empleos… Un México de maestras y de maestros, de universitarios, de investigadores, que piden reconocimiento a su vida profesional…

Yo veo un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada… por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales.

Veo a ciudadanos angustiados por la falta de seguridad, ciudadanos que merecen mejores servicios y gobiernos que les cumplan… “

A casi 30 años de ese evento trágico y traumatizante, no sólo para la familia sino todo un país, me resulta triste ver que quien abra los ojos sigue viendo en gran parte del territorio nacional ese México, un México de y con carencias, un México de jóvenes, mujeres, hombres de valor no reconocido, un México urgido de oportunidades y mejores condiciones, un México de mexicanas y mexicanos acreedores de un gobierno deudor, un México de claroscuros y de simulaciones –no sólo del aparato gubernamental-, un México de nepotismo e influyentísimo, de malinchismo y racismo, de polarización y odio entre su propia sociedad. A casi 30 años después de la tragedia, sigue sin ser resuelto el caso –como tantos más- y ya no importa saber si fue Mario Aburto, si fueron dos tiradores, si el autor intelectual fue un personaje conocido, un grupo de poder o extraterrestres, a casi 30 años después seguimos viendo un México con hambre y sed de justicia.

Un 23 de marzo de 1994 nos robaron, se llevaron a un ser humano, mexicano, hijo, esposo y padre. Nos robaron, se llevaron un candidato a la presidencia de la República como sólo era posible en los años revolucionarios. Nos robaron, se llevaron la tranquilidad y confianza en los procesos electorales. Nos robaron, se llevaron lo que nunca un mexicano o mexicana se puede permitir perder… “la esperanza”.

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Comments

Augusto Hernández Rivera

Han muchos años y es como si hubiera sido hoy, la herida emocional no cicatriza, la esperanza de ver un México unido y lleno grandeza ahí vive en el recuerdo y pensamiento de Luis Donaldo Colosio, todos los mexicanos de ayer y hoy y esperamos que su vida no haya sido en vano.

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