Acelerando la sucesión presidencial

Fotografía Flickr

El juego sucesorio, impulsado con mucha antelación por AMLO, va acelerando su ritmo en este 2022 con la disputa por las 6 gubernaturas que se habrán de elegir este año, proceso en el que se van desenmascarando  las disputas y las fracturas en los partidos y las alianzas, cuyo desenlace puede ser un buen indicador para proyectar lo que sucederá el año próximo, el de la antesala real del relevo en la presidencia de la república.

Más allá de la disputa entre grupos, facciones y tribus que integran a todos los partidos, el análisis se centra en las piezas centrales del proceso, mismas que analizó en los 70´s en cuatro ensayos don Daniel Cosío Villegas: El sistema político mexicano (1972), El estilo personal de gobernar (1974, relativo a Luis Echeverría), La sucesión presidencial (1975) y la sucesión: desenlace y perspectivas (1975).

Ahora que se vincula el “estilo personal” de López Obrador con el de Luis Echeverría, sin duda es de alto valor la revisión de algunos de esos ensayos firmados por quien fuera uno de los más destacados presidentes del Colegio de México.

El sistema político mexicano, que describe Cosío Villegas en sus obras, tiene dos piezas centrales: el presidente de la república y el partido en el poder.

El primer mandatario es descrito como el gran tlatoani omnipotente, en el que se concentraba el poder real más allá de los poderes institucionales, ya que nada se movía sin su autorización, y los poderes Legislativo y Judicial se allanaban a los designios del Ejecutivo.

Ese modelo de presidencialismo ha sido mantenido hasta hoy pese a la alternancia en la presidencia de la república, así como se replica en los estados a través de los gobernadores de todo signo partidista, como lo podemos confirmar claramente.

La segunda pieza: el partido en el poder -el PRI descrito por Cosío Villegas– fue el operador entonces eficaz de llevar a la primera magistratura al que fuera señalado por el “dedazo” presidencial. Tuvo aquel partido un nivel jerárquico superior a la mayoría de las secretarías de estado, nivel que fue descendiendo desde finales de los 80´s y pasó a segundo plano en los gobiernos del siglo 21.

El PAN de Fox y Calderón, El PRI de Peña Nieto y el Morena de AMLO han pasado a un nivel muy inferior comparados con el viejo partido de estado: sus dirigentes han sido rebasados por los grupos internos de poder y, sobre todo, en la actualidad están desgastados en extremo y carecen de rumbo.

Cortesía Flickr: Andrés Manuel López Obrador y Enrique Peña Nieto.

En cuanto a la sucesión presidencial, Cosío Villegas planteó el mecanismo en el que el presidente tomaba una decisión personalísima, luego de hacer un juego de apariencias donde ventilaba en los medios una nómina de “presidenciables destapados” que entraban en una lucha sorda por ganarse el favor presidencial, aunque normalmente la decisión ya estaba tomada aunque se comunicaba hasta muy cerca del arranque del calendario electoral. El tapadismo rampante.

Tocaba al partido en el gobierno hacer el trabajo electoral para llevar al delfín a la presidencia, para lo que contaba con todos los recursos necesarios. En aquel modelo no había indisciplinas ni mucho menos exabruptos públicos. Generalmente los “finalistas” que no llegaban eran compensados.

Ahora bien, ¿realmente la sucesión presidencial 2024 en México se está jugando bajo el modelo descrito en los 70’s por Cosío Villegas?

Por principio de cuentas, hasta ahora el presidente de la república parece mantener el control del proceso adelantado que por su cuenta y riesgo ha iniciado.

Sin embargo este 2022 lanza señales distintas a las sucesiones anteriores. Entre los aspirantes visibles en Morena se recrea la lucha sorda, de golpeteo y filtraciones, en una guerra de lodo que sube de tono en perjuicio de todos, por el lapso tan largo que falta para que la decisión se materialice.

Claudia Sheinbaum, la “predilecta” muy anunciada, tendrá que resistir las embestidas de los que ven en su desgaste la oportunidad de entrar al relevo. Esperando su debacle están Marcelo Ebrard y el secretario de Gobernación, para muchos el verdadero favorito de AMLO.

Otro factor disruptivo es la emergencia de un actor importante, con estructura y recursos más amplios que Sheinbaum y Ebrard: el senador Ricardo Monreal, quien se ha manifestado contra el método de encuestas impuesto por AMLO a Morena, para pugnar por asambleas en que decidan las estructuras de base, donde el zacatecano tiene capital propio.

En cuanto a la otra pieza central, el partido en el gobierno, Morena no pasa la asignatura de ser un verdadero partido político. A lo sumo es un movimiento que se identifica con AMLO pero que se fractura en tribus y cacicazgos en pugna constante.

En consecuencia, la sucesión del 2024 proyecta transitar por una ruta muy accidentada, donde sólo el peso y la capacidad conciliatoria de AMLO podrían evitar la fractura.

Cortesía Flickr: Claudia Sheinbaum, Jefa de gobierno de la Ciudad de México.

Ahí estribaría la oportunidad de la oposición si tuviera el sentido común de construir un solo frente, definir un proyecto alternativo que responda con claridad a las demandas reales del ciudadano común y construir una candidatura atractiva, más allá de los intereses de los grupos caciquiles que controlan a cada partido.

Sin embargo, las disputas de Morena también se están materializando en los partidos PRI y PAN que son los que pueden aportar fortalezas al frente opositor. El reparto de candidaturas responde más a los intereses de los viejos grupos de poder al interior de cada formación política que a la visión de construir alternativas con potencial de triunfo.

Vienen meses de confrontaciones abiertas y encubiertas por hacerse del poder, desde todos los partidos y, especialmente, entre actores del obradorismo.

Habrá que estar atentos al desenlace del proceso electoral 2022 y, sobre todo, de las dinámicas perversas que se pueden introducir en esta sucesión presidencial adelantada, para prefigurar el escenario probable del proceso 2024.   

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