Llegaron los Sarracenos y nos molieron a palos; que Dios ayuda a los malos, cuando son más que los buenos. Refrán medieval.
Las movilizaciones ciudadanas masivas en defensa del INE han recibido diversas lecturas, desde los que ven en ellas el inicio de la debacle del obradorismo; hasta los que las minimizan y consideran más ruido que nueces.
En general, las posturas están concentradas en dos polos:
- El esperanzador que alientan los opositores-detractores-anti AMLO en el sentido de que marcan con claridad la derrota de Morena en la elección presidencial 2024, a manos de un gran frente de oposición que sume también al partido Movimiento Ciudadano.
- El aguafiestas constituido por analistas de diversa orientación, que argumenta en el sentido de que fueron momentos explosivos de grupos sociales enardecidos contra López Obrador, pero que no se alinearían a favor de ninguno de los partidos que han gobernado mal al país, y cuyos agravios siguen vivos en el imaginario colectivo, por lo que antes de votar por esa alianza, preferirían abstenerse.
La reciente elección extraordinaria de senador en Tamaulipas parece dar la razón a los aguafiestas: la abstención fue cercana al 80% y con ese desaire ciudadano el candidato de Morena acaparó más del 70% de la votación efectiva mientras la candidata de la Alianza apenas rebasó el 20% y el candidato del partido Verde no alcanzó los dos dígitos.
Las dos movilizaciones ciudadanas, más anti AMLO que pro INE, reflejan claramente la gran insatisfacción que ha provocado el modelo de gobierno de la llamada 4T en las clases medias y los organismos empresariales, éstos últimos, los aglutinadores reales de las manifestaciones en la calle, en los medios informativos y las redes sociales.
Así que no debemos perder de vista que esas movilizaciones han sido ciudadanas y de ninguna manera partidistas. Porque ni el PRI ni el PAN -ni hablar del PRD- podrían sumar ese poder de convocatoria, por el desprestigio que acumulan.
López Obrador dilapidó muy pronto el apoyo que recibió en 2018 de las clases medias. En 2021 perdió más de la mitad de las alcaldías de su gran bastión, la CDMX y retrocedió la bancada de Morena en el Congreso de la Unión.
Sin embargo, el tiempo que falta para la próxima elección presidencial es muy escaso para que los impulsores del gran frente opositor posicionen a una figura nacional atractiva, que no se ve por ningún lado.
Por otra parte, tampoco han conformado un proyecto alternativo de nación que gane el apoyo del gran electorado. Concentrados en caer en la red de provocaciones que les lanza López Obrador desde las “mañaneras”, perdieron el rumbo creyendo que basta con arañar al presidente para que llegue el aluvión de votos.
Otro gran factor insoslayable, es que además de ganar espacios en medios, lo que define las elecciones es la movilización electoral: la construcción y disposición de una gran estructura bien aceitada para llevar a las urnas a los contingentes de ciudadanos que se tengan identificados como votantes duros.
El acarreo o transportación, con el que se definen en todo el mundo las elecciones.
No basta con ganar el debate mediático ni la publicidad de campañas: hay que llevar a votar a los simpatizantes. No es cosa de likes, es cosa de votos.
Así las cosas, anticipando el fracaso, los líderes del PAN y el PRI ahora dirigen sus baterías contra el partido Movimiento Ciudadano, acusando a sus líderes de esquiroles de Morena por negarse a ir a ciegas a conformar un frente opositor.
Llama la atención el cortoplacismo de los viejos lobos del PAN y PRI, que concentran su interés en la próxima elección, como si en ello -y tal vez por eso- les fuera la vida.
No es descabellado asumir que Dante Delgado esté en la postura correcta, de no manchar su plumaje con los negativos acumulados de los que ya gobernaron y fueron expulsados del poder.
Las terceras vías maduran con tiempo e inteligencia. Y el 2030 no está tan lejano.