Vivimos en un contexto social donde los electores cada vez son más exigentes y las campañas políticas muchas veces no logran conectar con la voluntad popular y traducir en propuestas reales lo que la población requiere. Todo eso se traduce en descontento ciudadano hacia la política y los políticos: apatía, incertidumbre y desconfianza de que las cosas vayan a cambiar.
De esta forma, hoy América Latina enfrenta un clima de alta polarización social e incertidumbre. Este escenario erosiona la confianza en las instituciones y reduce la calidad democrática perjudicando la voluntad popular. Esto genera poca previsibilidad de que todos vamos a actuar de la misma manera, o que el resultado de dichas acciones van a ser justas. La toma de decisiones ciudadanas se ve altamente perjudicada y existe una baja rendición de cuentas por parte de la dirigencia política. La crisis de representación que afecta a las democracias latinoamericanas, se profundiza día a día con diversos casos de corrupción que impactan de manera negativa a la región. La sociedad no se siente escuchada, la desconfianza erosiona todos los niveles gubernamentales, y la comunicación como factor fundamental para la difusión estratégica de políticas públicas se ve altamente deteriorada.
Entre los aspectos en los que menos hemos cambiado es en nuestras instituciones que datan del siglo 19, para dar respuesta a demandas del siglo 21. Esa desconexión entre transformaciones sociales y status quo político-institucional, merma las posibilidades de dar respuestas políticas a los desafíos actuales, impactando en los niveles de legitimidad, desafección y eficacia del sistema político en su conjunto.
Grandes desafíos son los que deben enfrentar la comunicación política y las campañas electorales en la actualidad. El objetivo principal debe ser generar nuevos (y buenos) consensos con la ciudadanía, incentivando la participación, creando lazos legítimos y no puramente electoralistas. Estas nuevas prácticas disruptivas deben ser entendidas como estrategias en la gestión de las campañas electorales, estrategias que servirán para posicionar a candidatos/as, partidos políticos, etc., de una manera absolutamente diferente. Es fundamental comprender el valor de las nuevas estrategias, consolidarlas, conocer cuándo hay aplicarlas y cuándo no, sus usos y la importancia que tienen para generar vínculos legítimos con la ciudadanía. Esto es fundamental para lograr éxito en las elecciones y obtener una mayor representación electoral.
Este mecanismo es de doble vía: por un lado, nos permitirá generar mejores acuerdos políticos y gobernar con la mayor representación posible. Por el otro, lograremos consolidar una democracia participativa que permitirá posicionarnos como referentes políticos disruptivos en la contienda política.
Por ejemplo, los gobiernos desde la escucha activa, pueden generar políticas públicas efectivas que vayan en consonancia con la voluntad popular, comuniquen de forma acertada, aumenten la representación y mejoren la calidad institucional a través del fomento de la participación y la rendición de cuentas. El objetivo principal de dichas acciones es determinar cómo su implementación, generaría confianza y transparencia para disminuir la incertidumbre ciudadana, mejorando la calidad de la democracia en América Latina.
Las consecuencias intencionadas de la inacción política, son muy perjudiciales para los procesos gubernamentales. El dato triste, por ejemplo, es que la ausencia de soluciones a los problemas tiene a la mitad de la población dispuesta a aceptar condiciones no democráticas para solucionarlos. La gente está cansada. La ciudadanía no se siente escuchada y las lunas de miel se están terminando muy rápido.
Ante la pregunta: “No me importaría que un gobierno no democrático llegara al poder si resuelve los problemas”, quienes responden “muy de acuerdo” y “de acuerdo” aumentan del 44% en 2002 al 51% en 2020 según datos del Latinobarómetro.
Entonces ¿Qué necesitamos? Principalmente es fundamental que los líderes y gobiernos influyan de manera positiva sobre la ciudadanía. Se necesitan gobiernos participativos que sumen voluntades coordinadas para la acción y que apelen al conjunto. Esto requiere mucha horizontalidad y cooperación para incorporar sociedades estratégicas en la gestión y mejorar la comunicación de gobierno.
Se necesitan gobiernos pedagógicos que construyan y enseñen. Hay que evitar la mal llamada publicidad institucional montada para satisfacer el ego de gobernantes. Al haber susceptibilidad ambiente, los gobiernos que den soluciones reales, van a ser mejor juzgados y valorados que aquellos que quieran sacar réditos personales.
Gobiernos presentes y cercanos que escuchen y que entiendan a la gente de manera real no como proselitismo político. Líderes inclusivos, gobiernos transparentes y alta rendición de cuentas.
Corrupción, hermetismo, poca transparencia y baja rendición de cuentas son algunas de las causas que explican este proceso en Latinoamérica. Un consejo: si la política y sus instituciones quieren sobrevivir a estos tiempos tan cambiantes y líquidos, deberán actualizarse, abrir sus agendas, y “aggiornarse” para mejorar la calidad democrática y permitir que la ciudadanía los empiece a ver con otros ojos. Deben mejorar su comunicación y enfrentar los desafíos actuales, para generar nuevos y buenos vínculos legítimos con aquellos a quienes dice representar. Principalmente deben hacerlo, para reducir la incertidumbre que tanto afecta a nuestras sociedades y generar certezas para garantizar el buen funcionamiento democrático en la región.