El quiebre emocional del elector

Cortesía: PEXELS.

Estamos en un país desmoralizado, un México con un bajo deseo de vivir democráticamente. Estamos en una sociedad desencantada, vivimos desanimados –sin ánima, sin alma- por el ánimo social que campea en todos los ámbitos de la vida nacional.

Sin duda alguna también estamos en una sociedad enojada, indignada, llena de ira y descontento. Estamos en una sociedad cada vez más furiosa contra los sistemas corruptos y corruptores que nos tienen enredados, atrapados en la oscuridad de un callejón sin salida.

La ruptura reta nuestro ego, la percepción  de quienes somos y las expectativas que tenemos de cómo la vida debe ser. El proceso evolutivo de la sociedad y del ser humano se genera cuando un agente externo mueve los cimientos de nuestra identidad.

Hay un momento de transgresión. Un instante en el que no se puede echar marcha atrás cuando el vínculo entre el líder político y el electorado se rompe de manera irreparable. La atmósfera emocional en que se desenvuelve lo politico en ese instante, todavía no provoca resultados inesperados, los enojos y los aplausos pueden convivir en un balance soportable, con altibajos, sin riesgo para la confianza.

Pero cuando se produce un desgaste continuo de credibilidad, llega el momento decisivo en el que el elector pierde el respeto a sus representantes y la reconexión es imposible, así como lo es la atención.

Estos rompimientos casi nunca son, estrictamente, por razones racionales, sino por una suerte de interiorización del desengaño, el cansancio o la desconfianza. Lo que rompe el cordón vinculante son las decepciones. Es decir, emociones más que razones porque las pasiones, son eficaces para movilizar, pero no para razonar.

El vínculo emocional lo es todo en política. Entender la irrupción de las emociones en política y en la opinión pública, comprender las atmósferas colectivas y los climas sociales hoy es más relevante que medir las opiniones tan inciertas y líquidas. Entender que hoy en día no es posible ejercer el liderazgo sin ese contagio emocional que permite aceptar la autoridad y confiar en el interés general que debe inspirar la acción de cualquier líder.

Cortesía PEXELS.

El pensamiento influye en cómo nos sentimos, conllevando determinado comportamiento. Por otra parte, la acción influye en cómo nos sentimos, y el sentimiento en nuestros pensamientos. En una sociedad desencantada y fatigada, descubrir los sentimientos que generan los comportamientos, los gestos o las palabras de nuestros líderes políticos es muy relevante. No es lo que se entiende, es lo que se siente. Gracias a los aportes de la neurociencia y el conocimiento del cerebro humano, hoy sabemos, que el capital cognitivo es capital de conocimiento básico. Parafraseando a Antoni Gutiérrez Rubi, pensamos lo que sentimos”.

Todo líder político hoy en día ha tenido su momento de quiebre, de desconexión, de agotamiento, de paciencia consumida. Algunos lo llaman fin de ciclo. Hay un momento en el que las audiencias se cansan, se enojan, se hartan. ¿Cómo, cuándo y por qué llega ese instante? medir con claridad esta elasticidad y aceptación del electorado a la presencia continuada y sobreexpuesta que todo liderazgo conlleva es clave.

¿Cuánto pesa un copo de nieve?, se preguntaba Rabindranath Tagore. Nada, decía el poeta bengalí. “Pero hay uno que, acumulado con los anteriores, es capaz de romper cualquier rama”. La poesía nos ayuda a entender los estados de ánimo, a comprender las emociones individuales y colectivas. Los copos de nieve parecen insignificantes. Como la gota que desborda el vaso. Pero finalmente hay una que derrama. Nos lamentamos, casi siempre, de la última, pero las anteriores son las decisivas.  

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