Sabemos que, a lo largo de la historia, las mujeres hemos tenido que ir conquistando todos nuestros derechos. En ese sentido, los derechos políticos y electorales son pieza fundamental para el avance de las democracias.
Desde 1893 en Nueva Zelanda, primer país que logró el voto femenino, hasta Arabia Saudita que en 2011 logró este reconocimiento de la ciudadanía de las mujeres, seguimos presenciando conductas patriarcales arraigadas y enquistadas en todos los espacios de dominación.
Por ello, feminizar la politica es una gran invitación a todos y todas las consultoras políticas para implementar la perspectiva de género y DD.HH. en todas las actividades propias que realizamos. El lenguaje, ese que contruye realidades y sociedades, nos ha enseñado históricamente que el poder no se comparte, que se arrebata y que todo vale por conseguirlo.
Sin embargo, desde hace algunos años, vengo insistiendo en la importancia del rol que jugamos en las campañas y gobiernos como generadores de estrategias que siguen masculinizando el poder y perpetuando conductas que despolitizan a las mujeres que se atreven a participar en la vida pública de sus territorios.
No podemos seguir actuando y trazando estrategias que sigan violentando a las mujeres. Por eso resulta crucial que existan lineamientos y códigos de ética con visión de género que nos ayuden como hojas de ruta en todo nuestro actuar.
Mientras desde los cuartos de guerra sigan saliendo estrategias para menoscabar, disminuir, violentar y discriminar a las mujeres que irrumpen en la esfera política, dificilmente podremos ser constructores y constructoras de democracias igualitarias y libres de violencia.
Así pues, desmasculinizar el poder supone mirar de forma horizontal, colaborativa, participativa, incluyente y alineado a derechos humanos toda acción, táctica, diseño, comunicación, implementación, contraste, crisis, etc. que provenga de las manos de quienes somos artífices de percepciones y posverdades.