Con mayor frecuencia, aparecen políticos que, basados en un discurso autoritario, confrontativo, agresivo y xenófobo conquistan al electorado en todas partes del mundo. Y al parecer la raíz de la simpatía hacia ellos de parte de la ciudadanía, puede estar precisamente en su comportamiento.
De forma irónica, este tipo de narrativas cada vez son compartidas por un mayor número de personas, que encuentran en estas declaraciones excéntricas, hiperbólicas y estridentes el mayor atractivo, de líderes que comparten entre sí rasgos autocráticos y eligen su lenguaje de maneras que cuestionan el límite entre la verdad y la mentira.
A esta práctica de provocar controversias deliberadamente o decir cosas escandalosas con un poco o mucho de exageración, se le denomina Bullshitting.
Ignorar los convencionalismos sería justamente lo que está contribuyendo a forjar la imagen de político diferente y antisistema a personajes de la talla de Boris Jonhson, Donald Trump, Jair Bolsonaro, José Antonio Kast y Rodolfo Hernández.
La violación de todas las normas habituales de la comunicación política se convierte paradójicamente, en una señal que infunde confianza en su electorado y lejos de pasarles factura, sus declaraciones erráticas, la falsedad de sus argumentos o la falta de fundamentación de sus tesis contribuyen a forjar la imagen de políticos diferentes y antisistema.
Su protagonismo mediático justamente reside en la irreverencia, sus ataques a la clase política, su beneplácito a la violencia policial y su desdén por las minorías. Estas declaraciones escandalosas, producen atención de los medios que se convierten en un megáfono que les permite llegar a un público que, seducido por estos discursos, convierten sus prejuicios en simpatía política.
El electorado que sigue a este tipo de líderes, es propenso a las teorías de conspiración, desafían al orden establecido y no van a reparar en detenerse a verificar si lo que dice el personaje es cierto o no, lo van a creer.
En otras palabras, utilizan códigos comportamentales y sociales similares a aquellos líderes que siguen, por esta razón se sienten tan identificados y ven sus posturas y modelos de pensamiento como propios. Así como verdaderos e irrefutables.
En situaciones dónde el régimen político está fuertemente cuestionado, voces como las de Rodolfo Hernández en Colombia, que no tienen “pelos en la lengua” a la hora de exponer “su verdad”, no necesitan atenerse a la veracidad de los hechos para resultar atractivas entre quienes comparten esas percepciones de desgaste, hartazgo e ilegitimidad de la casta política.
La mayoría de la población acusa fatiga pandémica y valora negativamente las restricciones de movilidad, además de estar descontentos con la mayoría de sus instituciones y quienes las representan. Estos ciudadanos se sienten seguros de encontrarse ante un candidato que puede tomarse verdaderamente en serio su determinación de combatir el poder establecido.
Además, cada vez que estos personajes “dicen lo que piensan” les confiere una imagen de outsider, antisistema y chico rebelde de la política, pero además les da una ventaja frente a los otros contendientes que en su mayoría son proclives a una comunicación convencional, respetuosa con la expectativa de corrección política, veracidad, rigor y encima la mayoría son políticos acartonados.
Y es aquí, entre otras, donde logran conectar tan efectivamente con el elector, el común de los ciudadanos no son tan “políticamente correctos” como muchos candidatos parecen creerlo, al contrario, gustan de personajes que tienen posturas claras y definidas frente a los temas que más les preocupan, como corrupción, seguridad, empleo, entre otros que tocan directamente su “bolsillo”, su familia o su integridad.
El problema radica en que en lugar de concentrarse en soluciones reales a problemáticas concretas, concentran su discurso, como se planteó al inicio del artículo, en el volumen del tono y no en la profundidad de su opinión.
Los bullshitters no son exclusivos de la extrema izquierda o la extrema derecha, se pueden encontrar en todo el espectro político.
Sin embargo, aún podemos hacer algo desde la consultoría política, si comenzamos a desfilosofar las campañas y el discurso de odio; y alentamos a los ciudadanos empoderados a que participen de formas que contrarresten la política de posverdad que vivimos hoy en día.
La exageración ha existido siempre, no la vamos acabar ¿Cuándo fue la última vez que viste un cartel colgado afuera de unos tacos que decían “los terceros mejores tacos de México”? sin embargo, la prensa puede ayudar a desmarcarse de las agendas de este tipo de personajes y transitar libre y vibrantemente hacia un debate político que opere fuera de las tonterías de estos actores políticos.
Una prensa responsable que no se permita impresionar al lector, de tal manera que con sus palabras oscurezca los hechos.
Créditos: Andrés Elías, @andreseliascom